Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

25 enero 2007

SACIADA VORACIDAD

Me monto sobre ti, vestida aún, esperando que desabroches los botones de mi vestido, ese vestido que te encanta, ese vestido que me he puesto para que tú lo separes de mi piel.
Tus labios...me embrujan, me abruman, me excitan...arrancan gruñidos dentro de mi que desconocía, que no había oído nunca, al compás de los que se escapan de tus entrañas.
Lamerte así, regalarle a mi lengua tu cuello, tu lóbulo, tu hombro que desnudo con el ímpetu de la necesidad, de la necesidad de ti, de sentirte desnudo una vez más y oler tu cuerpo, probar ese sabor que ya conozco y que no me hastía, ese olor que me acompaña todos los días, todas las noches, en todos mis sueños.
Mi corazón se acelera, palpita como si fuera a estallar dentro de este mi pecho, que se ha encogido de tanta emoción. Y es que tus enormes ojos azules ya se han rasgado, como los he visto rasgarse cada vez que nos hemos encontrado, y mirándome a través de ellos me hipnotizas, desaparece Sophia y asoma ese animal hambriento de ti que exhala pasión y placer por cada poro de su piel.
Mi vestido cae, se pierde, como se pierden mis braguitas y mi sujetador. Desaparecen tus pantalones en la oscuridad del momento.
No puedo, no puedo esperar, deja que me siente a horcajadas sobre ti, que me llenes de nuevo por completo una vez más, aunque mis labios aún no estén húmedos, lo estarán, porque todo está dentro, reservado para ti, esperándote.
Y bailamos, un baile desesperado, a un compás exasperado, mientras el influjo de un susurro regalado por tu voz en mi oído me seduce y me enloquece al mascullar las ganas que tenías de volver a tenerme así.
Me suplicas que me detenga, no quieres que acabe ya, y sabes que no vas a poder impedirlo si continuo. Pero no puedo, no puedes, el deseo nos invade. Me detienes, con dulzura, y sin abandonar mi prieto refugio me tumbas, debajo de ti.
Me abandonas, te rujo, me lamento. Pero entonces te arrodillas, me haces sentir como una reina, como tu soberana y me dejo reverenciar. Tu boca roza mi sexo y comienzas a jugar con tu lengua con tus dedos, a ese juego en el que sabes que acabo sometiéndome y en el que me pierdo, porque parece que hayas conocido toda la vida sus reglas, sus rincones, sus trucos. Me río y te preguntas el porque, porque cuando algo me embriaga no puedo evitar no morderme los labios y reír. Pero pronto me desvanezco, me encojo, me estiro, sollozo desde lo más profundo de mi abismo, tiemblo como un pedacito de fino pápiro que parece va a quebrarse en tus manos.
Ahora soy yo quien suplica que te detengas, quiero volver a sentirte en mi, atraparte dentro imaginado que nunca más puedas escapar. Pero continúas, me torturas un poco más. Disfrutas siendo mi sicario de martirios de placer.
Por fin vuelves a invadirme. Y me quemas, y me pierdo sin retorno, me elevo, me extasío y no puedo parar de temblar y gemir, al son de los gemidos que comienzan a escapar de ti, esos gemidos que acrecientan los míos y que me acercan más a esa cúspide maravillosa de la que algún día quisiera no volver jamás, y que se ahogan cuando siento tu calor sembrándose dentro de mi y tu clamor entrecortado de gozo.
Y cuando entorno mi cabeza me estás atravesando con tus impíos ojos, y me besas y te beso, caricias de mutuo asentimiento del deleite ofrecido, de la embriaguez recibida.


Hoy estaba famélica de ti, y de nuevo has saciado mi voracidad.

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