Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

16 octubre 2007

CAPERUCITA FEROZ

Dicen que es en ese momento fronterizo con la muerte, en el que ves pasar eventos de tu vida entera en un minuto. Aquellos que la han marcado y los que han perfilado ese instante vertiginoso que es el partir desde esta vida hacia el vacio.

Para Feroz fueron.




Aquel punto en que Feroz pasó de ser un cachorro a un ser lobo joven, incansable, insaciable e inquieto.

El día que vio a su primera Caperucita. Tan hermosa, tan delicada, tan suculenta. Feroz, inexperto, dejó que su instinto se apoderará de él. Cómo la embaucó, como la asedió, como la capturó, como la mordió, como la cató, como la paladeó, como la degustó, como le deleitó, como se recreó, como se relamió, como lo percibió, como lo disfrutó.

Ver pasar decenas de Caperucitas, todas y cada una de ellas a su manera tan hermosas, delicadas, suculentas. Mezclarse el instinto cada vez más con la experiencia y el placer del saber actuar. Cómo las embaucó, como las asedió, como las capturó, como las mordió, como las cató, como las paladeó, como las degustó, como le deleitó, como se recreó, como se relamió, como lo percibió, como lo disfrutó.

El día en que a uno de sus hermanos mayores de la camada, le confesó haber descubierto porque había venido a este mundo, cuál era su misión en esta vida: mi misión es embaucar, asediar, capturar, morder, catar, paladear y degustar Caperucitas.

Ver pasar otras decenas más de Caperucitas, todas y cada una de ellas a su manera, tan hermosas, delicadas, suculentas. La experiencia y el placer del saber actuar para complacer sus instintos. Embaucarlas, asediarlas, capturarlas, morderlas, catarlas, paladearlas, degustarlas. Hacerlo de la manera que más le deleitaba, le recreaba, con la que se relamía más extasiado, del modo que más le satisfacía percibirlo, disfrutarlas al máximo.

El día en que decidió retirarse del mundo peligroso y vertiginoso que tanto le fascinaba, el de la captura de Caperucitas, y formar una familia decente.

El dedicar su talento para convivir en paz, convertirse en alguien respetable, y camuflarse entre otros canes en un mundo plagado de presas que ya no eran para él.

El día que presenció el nacimiento de su cachorro, un pequeño Feroz, sano, hermoso que le robó el corazón.

El ver pasar miles de Caperucitas todas y cada una de ellas a su manera tan hermosas, delicadas,
suculentas. El resistir la provocación de embaucarlas, asediarlas, capturarlas, morderlas, catarlas, paladearlas, degustarlas.

El día en que percibió el jugoso aroma de aquella Caperucita que se había detenido frente a su morada. Hermosa, delicada suculenta, a su manera. Ese mismo día en que escuchó su dulce voz que le susurró, cercana, confiada, ingenua, inocente, crédula, candorosa, incauta.

El comenzar a acudir a expensas de todo a su encuentro, a escuchar las atrayentes, seductoras, fascinantes, maravillosas y hechizantes notas de la voz de esa Caperucita y comenzar a percibirla como una de las más hermosas, delicadas y suculentas, a su manera como nunca antes hubiera conocido.

El día en que reparó en que aquella Caperucita parecía era una de las mejores presas con las que hubiera topado, irresistiblemente dispuesta para ser embaucada, asediada, capturada, mordida, catada, paladeada, degustada, deleitada. Figurarse, soñar, obsesionarse en lo que supondría recrease, relamerse, percibir y disfrutar de su sabor, de su fragancia.
El despuntar de los primeros roces, las primeras caricias, marrullerías, agasajos.

El día en que la embaucó, asedió y capturó un primer pedacito. Lo mordió, lo cató, lo paladeó, lo degustó, le deleitó. La recreación obtenida con ello, la delectación en sus fauces relamidas, la percepción de aquella delicia, el disfrute de aquel gozo sin nombre, la suculencia de su sazón.

El encubrir todos los encuentros silenciosos, escondidos, adictivos que se reiteraron una y otra vez en los que ella le permitía recrearse, relamerse, percibirla y disfrutar. El volver a sentir como propia su misión en esta vida, el porqué de encontrarse en este mundo, cuál era su objetivo divino el de embaucar, asediar, capturar, morder, catar, paladear, degustar, deleitarse con, ahora sólo, esa Caperucita perturbadora, provocadora, alteradora.
Aquel mismo día, horas antes. El último encuentro adictivo, encubierto, escondido y silencioso. La sangre inyectada en sus ojos, la saliva inundando sus fauces, la voracidad oprimiendo sus sentidos, la avidez invadiendo su conciencia. El abrir de par en par las fauces y engullirla. Ese momento de sopor, letargo, enajenación y goce absoluto que había supuesto el bocado entero. El más hermoso, el más delicado, el más suculento de todos los obtenidos en su larga caza.

El instante precedente al desaliento sentido ahora, en que sus entrañas de repente comenzaron a revolverse, en que un dolor agudo penetró todas sus cavidades, en que un punzamiento paralizó sus extremidades, en que sintió esa incisión mortífera desde sus vísceras hacía el exterior, en que las fuerzas le abandonaron y se comenzó a sentir derrotado por la vida, abandonado, ligero, incorpóreo, tan leve como un suspiro.

Desde ese momento fronterizo con la muerte, viendo pasar eventos de su vida entera en apenas un minuto, aquellos que le habían marcado, y los que estaban perfilando ese instante vertiginoso que es el partir desde esta vida hacia el vacio, pudo escuchar la atrayente, seductora, fascinante, maravillosa y hechizante voz de su Caperucita. La más hermosa, delicada y suculenta que jamás hubiera devorado.
-Gracias amor mío, has sido el lobo al que embaucar, asediar, sentir el placer de sus mordeduras, de su manera de catar mi piel, de paladearme, de degustarme, de deleitarse conmigo con el que más me he recreado, me he relamido, al que he percibido y he disfrutado como ninguno-
Y acercando sus labios a su hocico, señalado por la mueca torcida de la expiración, consumir su último hálito en un dulce beso, atestiguado con un susurro melancólico:

- Mi vida, debieras haber pensado que los cuentos también han cambiado-


1 comentario:

yo Robot dijo...

Dias de "blogeo" son estériles, en cambio otros te recompensan con agradables descubrimientos, como por ejemplo hoy, al caer en tu página por casualidad.

Me gusta, te seguiré visitando. Un saludo.