Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

07 octubre 2007

ATLAS

Atlas, el Titán. Zeus como castigo a tu rebelión, te condenó a cargar para siempre en tus espaldas el peso del mundo entero, el de la tierra y del firmamento.

Él sonríe, ella no quiere, pero sonríe. No puede evitarlo, su brillo resulta superior a su fuerza de voluntad. Aunque intenta olvidarlo siempre lo recuerda, aunque intenta evitarlo siempre regresa, para dejarse cegar con él.
Se miran a los ojos, en cierto modo rencorosos, en otro cierto hambrientos, pero acostumbrados a controlar el ayuno. Se revisan los labios de soslayo, esos que están imantados, pero que esta vez no se han acercado para caer en la atracción de dos polos como son, opuestos. Ella trata de saciarlos, mordisqueándolos. Él trata de retenerlos, salibándolos. Él, la prudencia. No confía en osar a comerselos ¿ella querrá? La abandona demasiado tiempo, es consciente de ello. Ella, el autocontrol. Sigue empañada del vaho de su último estallido en vesanía, en dispersión, volatilizador de adioses que ambos saben, un día serán definitivos, duraderos, perdurables e imperturbables. Volver a probarlos la desmontará antes de lo debido, antes de decir lo que quiere decir, antes de saber lo que quiere saber. Necesita de la templanza para seguir siendo cuerpo y mente y no torbellino implacable.

Las palabras, vanas. Las miradas, vacías hacia la lejanía, la letanía del vacío que hay bajo sus pies, en ese rincón del mundo dónde nadie los percibe, aún. Como es cada vida, son llanas. Como sus día a día, en la distancia. Miles de otras enredaderas enlazadas, trenzadas, anudadas, encordadas, enmarañadas, que encadenan sus vidas a otras realidades, pero que aflojan su presión cada vez que se encuentran.

Quiero tres respuestas
Ya empiezas. Sonrisa incómoda.
Si, lo hago. Testarudez.
Ya sé que me vas a preguntar. Ya lo sé. Satisfacción
Si me gusta lo que contestas, podrás hacer conmigo lo que quieras. Demagoga.
Preparadas, mal hecho. Molesto.
Mal hecho, como siempre hago. Convicción.
Venga dime. Nerviosismo. Nicotina
Se me han olvidado. Histeria. Alquitrán.
Es mentira. Escéptica.
Te advierto. Gustarme las respuestas no es sinónimo a que intentes decir lo que creas que quisiera oír, sería un error.
Dime y acaba.
Escucha y comienzo.

¿De veras soy yo quien te altera? ¿De veras si no sabes nada de mí, si no conversamos vives indolente en tu mundo?
Sí, cierto.
¿Cómo eres capaz de decir eso?
Segunda pregunta
No, no lo es. Es fruto de la primera. ¿Cómo puedes decir falacia tal? Tú me buscas, eres tú quien renaces a la luz y vuelves en mi busca. Porque sabes que me encuentras. Eres tú quien provocas ese reto para ti que soy yo.
Si, lo reconozco, no es del todo cierto. Sé que estás, pero me contengo. No, no hables con ella. Me digo. No, no lo hagas. Me repito. Si lo haces te desplomas y sucumbes. Tú también estás más tranquila cuando no sabes nada de mí, ¿verdad?
Si, lo estoy. No me ha gustado tu respuesta
¿Cómo puedes afirmar tal cosa? Enojado.
Porque has intentado engañarme. En un principio.
Pero…
No has de justificar unos peros. Al final has acabado diciendo la verdad. La segunda.
La segunda.
Si sabes que me dueles, si sabes que te sufro ¿por qué no me dejas en paz, ahogada en mi propio desasosiego? Súplica.
Porque no puedo. Tajante
¿No puedes? Incrédula.
No puedo. Y que crees, yo también sufro, para mí tampoco es fácil. Pero yo no hablo, y guardo silencio. Simulo. Yo también siento dolor, pero espero se vea, se sepa. Pero aquí me tienes, una vez más, aquí estoy, aquí de nuevo. Una vez, y otra vez, y otra más, y otra, y otra. Un botarate. Un ápice de desespero e irritación.
Tú también sufres.
La última.
La tercera. Cuando sientes deseo de mí, ¡Por qué no lo contienes! Reverencía a quien debieras, hazle sentir tu pasión y hazle feliz. ¿Qué te doy yo? Yo soy un ser normal, simple y sencillo, en absoluto especial.
No, no lo eres, eso es lo que estás empeñada en creer tú.
¿Por qué conmigo? Mejor con cualquiera otra, que no se retuerza, que no se queje, que no solloce, que se conforme, que no sufra, que no pida, que no suplique.
Si es cierto, me resultas molesta. Me acongojas, me saturas, me importunas. Pero no puedo evitarlo.
No lo entiendo, además ni siquiera sientes la certeza de saber si estoy disfrutando contigo hasta lo más sublime! Lo dudas, no lo reconoces, vacilas.
Puede que eso sea, tanta incertidumbre. Sólo sé que me encanta verte, me encanta estar contigo, me encanta que charlemos. Verte, estar contigo, charlar y amarte. ¿Y tú? ¿Y yo a ti?
Lo sabes, de sobras. Sabes lo que siento…Congoja. Y sabes que sí, que el amor contigo es, es. Es.
En el fondo aunque no quiera reconocerlo hay descarga. Alivio. Liberación. Sosiego.
En la superficie ha aflorado sin remedio una recarga. Ansiedad. Penitencia. Inquietud.

Se miran a los ojos, evadido el rencor, famélicos, ya no soportan el ayuno. Se desviven por sus labios desafiantes, imantados, que se presienten a través del aire cargado del deseo que sienten, de la llamada de dos polos opuestos. Ella los retiene, los saliba. Él los sacia, los mordisquea. Él, la impaciencia. Comerlos, necesita comerlos. Ella quiere, él sabe que quiere. El abandono a la que la somete, con la que la tortura, la hace si cabe más apetecible en el rencuentro. Ella, perdida, maltrecho el autocontrol. ¿Qué adioses?
Se coloca, frente a él, cabeza gacha. Mirada escondida. Se abren esas largas alas, se despegan de su cuerpo mostrando ese ángel espigado que él desea tanto. Absolutamente hermosa ninfa en su extraña neutralidad imperfecta. Rendida, dócil, servil, obediente.
Aquí estoy, aquí me tienes. Soy, toda tuya. Haz conmigo lo que quieras.
Cada palabra tiene sentido. Las miradas, abrumadas de deseo no ven más allá de sus propias aureolas que no dejan ningún espacio vació. ¿Qué vidas más había? Se difuminan esos día a día en la distancia, se destrenzan esas otras enredaderas desenlazadas, desanudadas, desencordadas, desenmarañadas. Se han disipado las cadenas, porque se acaba de ligar otro eslabón que mientras se funde lo eclipsa todo.
Mi recompensa. Sí mía, mía.
La toma. La atrapa entre sus garras, que con ella son capaces de sembrar caricias. Acerca sus labios ardientes y arroja los más dulces besos, nacidos del calor de una lujuria entre tinieblas, que desemboca materializado en unas extrañas y desconcertantes para él, ternura y devoción.
A los polos ya no los separa ni un hálito. Las rodillas se han doblegado.

Todos somos Atlas, pero de carne y hueso. Aunque en nosotros el peso de nuestros deseos, mayor que el del propio mundo, doblegue las rodillas de nuestra voluntad.

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