Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

01 febrero 2007

ANIVERSARIO

Qué pretendes niña de piel al decirle a un amigo que conoces desde hace diez años que vuestro problema no es que no os entendáis, es que os entendéis demasiado....



Aquella Noche Vieja fue extraña, pero divertida. Como de costumbre se quedó sola, alguien ya le acercaría a casa. Conversaron ¿sobre que? No era importante recordarlo, había sido grato, como siempre, conversaciones plagadas de tiras y aflojas de una atracción caramelizada por el cariño de una larga amistad. Su sonrisa sí era importante, y sus pequeños ojos verdes clavados en los suyos, oscuros, enormes y caninos. Y su estoque y su enorme porte, entre lo sencillo y rudo, y lo sugerente de ese cuerpo escultural de mármol de Carrara. La fiesta se acabó, y la pareja de amigos de confianza debían hacerse cargo de devolverle a casa de una pieza. Con el frío de la madrugada golpeando en sus mejillas comenzaron a despedirse unos de los otros en el aparcamiento.
-Ven con nosotros, ya te acerco luego yo a casa- Pero sus ojos decían mucho, mucho más.
Los de ella no querían escuchar tanto, no en ese momento, y se hicieron los sordos.
Acabaron las despedidas, un hasta luego, un adiós, un hasta la semana que viene, un hasta no sé cuando.
-Quédate. Te acercamos nosotros- Sus ojos ya no decían, ahora clamaban. Los de ella respondieron con una sonrisa, una sonrisa de cariño y una de conciencia que insinúa el saber que no puede ser, que no debe ser.
Subía en el ascensor, mirando la cara del Año Nuevo que se avecinaba, cuando el zumbido de un sms agitó uno de sus bolsillos:
-Tú y yo no nos entendemos- No nos entendemos, no nos entendemos, no nos entendemos, no nos entendemos...¿Cómo se atrevía a decir que no se entendían? Sabía perfectamente que su problema no era que no se entendieran, era que se entendían demasiado. Y esta idea retumbó en sus sienes aquella noche durmiendo al lado de otro, siguió retumbando al día siguiente, retumbando la semana después, la siguiente, y una más.
Tuvo que pasar un mes, un mes de calendario solar. Era ya definitivo el hundimiento de su propio Titanic, el iceberg hacia demasiado tiempo que había golpeado sin piedad la cubierta de una relación tan maltrecha, era ya imposible salir a flote, ni recuperar nada de valor. La noche les volvió a encontrar. Una noche tal como hoy, de hace cuatro años. Estaban bailando y le propuso invitarla a un chupito. Bajaron entre el gentío hacia la barra. Abrirse paso era una auténtica odisea. Agarró con firmeza aquella fornida mano, para no perderle. Qué absurdo, era enorme, era imposible no visualizarle. Y fue allí, en una barra de una discoteca a la espera de que les sirvieran, donde le miró a los ojos y con un desparpajo inusitado en ella le mostró la realidad:
-Nuestro problema no es que no nos entendamos, es que nos entendemos demasiado -
-Qué quieres decir con ello, creo no entenderte -
-Pues está bastante claro, somos dos amigos que se atraen. Yo sé que a ti te atraigo, y tu a mi también-
Sus ojos eran pequeños, pero se abrieron como nunca antes los había visto. Pero de inmediato se suavizaron, una ternura infinita los invadió. Agachó su cabeza y sus enormes labios besaron los de ella, como nunca los había podido besar antes. Eran unos labios calidos, suaves y carnosos. Pero ella se aparté. No podía ser. Él lo sabía, ella lo sabía. Brindaron y se tomaron el chupito que había abierto la Caja de Pandora. Fue entonces cuando los sensuales labios de ella buscaron los de él, para depositar un beso pequeño, pero de algodón. La noche continuó como si aquello no hubiera sucedido nunca para nadie, pero sí para ellos dos. Se despidieron, se besaron como hacen dos amigos, pero su grave voz depositó un susurro en su oído:
-Te espero después, donde quieras, donde me digas -
-No, no puede ser así -

Era suyo, más de lo que nunca hubiera sospechado. Ella no lo sabía, pero para él por fin el amor de su vida había llamado a su puerta.

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