Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

11 julio 2008

AGUA, YODO Y SAL

Se encontraba sola, frente al mar, ese mismo que un día le intentó arrebatar la tierra, engullirla, y cómo aquel día no sintió miedo, no sintió animadversión hacia aquel que le había intentado dañar, hacía aquel que le hubo intentado quitar lo único que por aquel entonces, cuando sólo era una niña, hacía que se levantase cada mañana y que se acostase cada noche. La vida. Ahora que era ya una mujer, ahora frente a él de nuevo se daba cuenta de que no era sólo la vida la que le empujaba a ser y estar, que desde que creciera era el amor el que la sostenía y sustentaba, la necesidad de amar a alguien como a sí misma, como a su propio único bien, su vida.

El mar brillaba con fuerza, con la que el sol del verano le regalaba. Sonreía ante la dadiva de ver saltar destellos de plata entre las olas. Los peces le ofrecían su presencia, se mostraban ante ella para demostrarle que entre esas aguas impertérritas que engullían también había vida. Tal vez el día que intentó separarla de la vida en realidad el mar quería haberle hecho suya, haberle hecho pez para que morara entre las olas, para que saltara y brillara ante unos ojos tristes que necesitaban el consuelo de tanta belleza para volver a creer en aquello que más necesitara creer, en aquello que le diera las fuerzas para seguir queriendo ser y estar.Apartó su mirada de las olas y miró al horizonte de las dunas que frenaban su incursión en la firmeza. Y vio uno de los milagros más preciosos de la naturaleza. Una de las mentiras más hermosas que florecen de ella.

El lugar donde se encontraba era una pequeña marisma, una porción de suelo firme rodeada de agua casi al completo, sólo asida a tierra en un pequeño extremo. Y el efecto del sol sobre las aguas que rodeaban la fusión del agua dulce dentro de un agua colmada de sal ofrecía un espectáculo inaudito. Espejismos de agua sobre la arena, allí donde en realidad no la hubiera. Espejismos que no son tales, agua que no empapa, agua que no disipa las ansias de sentir su frescura sobre la piel, agua que no acaricia, agua a la que no amar como amaba a ese mar a veces tan impío, otras tan hermoso e incondicional, agua que no está. Un boceto que desear conocer, un boceto en el que perder los pasos.

Y en ese momento las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas, creando surcos del color de la cal que llevaran desde sus ojos a sus labios toda esa dosis de su propia y más íntima sal. Hacía días que no afloraban porque se habían quedado atrapadas dentro de los cuencos que protegían sus ojos por haberse quedado pétreas y solidificadas. La parálisis del dolor. Y no podían dejar de emanar porque ante ella se encontraba la propia disyuntiva que la magullaba por dentro y la hería de una manera tan lasciva. La mirada de su corazón aferrado a querer amar el mar, bañarse en él, dejarse abrazar, querer entregarse a él para fundirse en sus aguas dentro de las cuales querer fondear enfrentada. La mirada de su raciocinio que desconfiaba ante la imagen que tuviera frente a sí, ante la posibilidad de que sólo fuera esa ilusión de sus ojos ansioso por ver, y por ello ver donde no hay, y por ello haber caminado y seguir haciéndolo hacía un lugar depredado por el sol y castigado por un viento amoral. Un boceto sin proyecto, sin opción, sin oportunidad, sin final.Sin darse cuenta se encontraba erguida, sobre sus pies. Y sus ojos no podían hacer otra cosa que virar su mirada de un lado al otro, del otro al uno. De la mera ilusión al mar, del mar a la ilusión, una y otra vez, una y otra más.

¿Dónde el agua?
¿dónde la sal?
¿Qué creer?
¿Hacia dónde caminar?

Y como los ojos dejaban de ver colmados en lágrimas que derramar, los cerró les prohibió dejar de dudar, dejar de cuestionar, dejar de pensar. Y en ese momento sus pies comenzaron a andar, poco a poco, hundidos en la arena, sintiendo los pedacitos minúsculos de tierra entre los dedos de sus pies. Hasta que de súbito le comenzó a deleitar el sentir entre ellos también la humedad, la del agua resbalar. Y poco a poco sentir como el agua acariciaba sus tobillos. Y a medida que continuaba sus pasos hacia delante, ya sin titubear, como lo hacía en sus rodillas, como tras ellas sus muslos, como al momento su cintura, como al instante su vientre, como en breve su pecho, como después sus hombros, su cabello, su boca, su rostro, sus ojos. Y en ese momento las lágrimas cobraron un sentido, porque las lágrimas se fusionaban con el mar, lo alimentaban, le aportaban sus propios pedacitos de agua y sal. Y con ellas comprendió las palabras de las olas, los murmullos de las mareas que la sumergían al completo. Le susurraban que esa vez no, que no quería arrebatarle nada, no deseaba engullirla, no pretendía hacerla desaparecer, sólo quería de ella abrazarla, acariciarla, y amarla para que ella hiciera lo propio, como ya estaba haciendo, con sus miniaturas vertidas con aquella generosa incondicionalidad.

Y tras sumergirse, tras ahondar sin cesar, volvió a la orilla, donde sin abandonar el roce del mar se sentó a su vera, dejándose bañar. Se encogió abrazando sus rodillas, y con la cabeza apoyada sobre las piernas masculló:-
De acuerdo, te creo, lo haré una vez más. Aunque casi me aniquilas lo haré una vez más. Te escruto, te miro, me empapo, te respeto, te comprendo. Aunque me pueda costar respirar. Te creo, me quedo, te espero. Quieta, inamovible, estatuilla de yodo y sal. No dejaré que mis ojos vuelvan a temer, los colmaré de yodo. No permitiré a mi raciocinio que mine mi fe, la conservaré en sal. Esperaré que con el va y ven de tus olas, mi mar, mi corazón, acudas a mi lado y nos podamos acariciar-

EXPLOSION


No sé si vuelvo
sé que me revuelvo
No se si me he ido
Sé que me he evadido