Así debéis hacer vosotros:

Manteneos locos,
pero comportaos como personas normales.
Corred el riesgo de ser diferentes,
pero aprended a hacerlo sin llamar la atención.

Así debieramos hacer todos...

22 febrero 2007

MI PESADILLA


Recuerdo la primera vez que cerré los ojos y lo soñé:
Una ciudad sucia y oscura, y no poder parar de correr.
Estoy corriendo desesperadamente ¿Por qué? Me persigue y me va a atrapar si no corro todo lo que estos mis torpes pies saben correr, pueden correr.
¿Quién es? No puedo mirar atrás, si miro pierdo ese segundo de ventaja que poseo y me atrapa ¿Pero quién? El monstruo más terrible, temible, aterrador, espantoso e insaciable que jamás hubiera podido imaginar. ¿Cómo lo sabes? Lo sé, lo sé, lo sé, le siento, siento su febril aliento en mi nuca, excitado ante la idea de atraparme y hacerme suya ¿Quiere devorarme? Mejor no saberlo.
Tiemblo sin cesar. ¡No pienses tanto estúpida Sophia, mientras piensas él cobra ventaja y tú pierdes terreno! Tú sólo corre Sophia, corre, huye, sálvate Sophia.
Atraviesa la enorme avenida llena de basura y papeles. Corre Sophia, va tras de ti. No hay nadie. Nadie hay, sólo tú, sólo él.
Sudo sin parar. Gira ese callejón angosto, ¡No veo, no veo, está todo muy oscuro! No tropieces con esa alcantarilla desencajada. Vuela Sophia. No hay nadie. No, nadie hay, sólo él, sólo tú. El pelo hecho girones, sudado, enredado, sobre una sucia cara.
¿Que hay tras ese callejón? Otra enorme avenida, tanto más mugrienta y abandonada que la anterior ¿Dónde están todos? ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Los ha devorado a todos? ¿Soy yo la única? No, nadie, él y tú. Acelera Sophia, acelera, dale cuerda a esos pies que parece que por primera vez en tu vida resisten tal carrera. Su alo repugnante, hediondo se percibe en todas partes, lo está inundando todo, te inunda a ti, necesitas aire, más aire.
Otro callejón, franquea la avenida. Adéntrate en él, tal vez seas capaz de despistarle. ¡Cielos Sophia, que ven tus ojos!, ¡no hay salida! Sólo una alta verja. ¿Y tras ella? Acaba la ciudad. ¿Y él? Acaba de irrumpir en la maldita calleja. Trepa, escala, sube por ella. Te sangran las yemas de los dedos y pierdes los zapatos en el intento. Pero rebasas el enrejado. Campo ¡que error! Es todo más confuso aún, tan escarpado. ¿Qué se escucha caer? Es la reja a sus pies. Sigue ahí y su voracidad exhala la rabia y la emoción de cazarte. Apresúrate Sophia. Nadie, nadie más. Pero soy tan torpe que mis pies desnudos tropiezan. Has caído al suelo de bruces. Esto debe ser la tierra en mi boca, entre mis dientes. Ya eres suya ¿Puedo mirarle, ver como es, saber que es? Giro la cabeza para verle, pero en ese momento me invade una oscuridad infinita, abrumadora que me absorbe.
Gritar al despertar, en mi cama, en casa, sudada.
Sólo fue una terrible pesadilla que nunca podré olvidar.


Y pasaron días y noches, hasta que de nuevo una noche:
La misma ciudad sucia y oscura, y no poder parar de correr.
Desesperadamente, me persigue y me va a atrapar ¡Qué torpes estos pies! ¿Quién es? No mirar atrás, mi segundo de ventaja. Monstruo terrible, temible, aterrador, espantoso, insaciable e inimaginable. Febril aliento en mi nuca, excitado. Quiere devorarme.
Tiemblo. No pienses. Tú sólo corre Sophia, corre, huye, sálvate Sophia.
Basura y papeles, enorme avenida. Tras de ti. No hay nadie. Nadie.
Sudo. Un callejón angosto, ¡No veo! Una alcantarilla desencajada. Vuela. Nadie hay, sólo él, sólo tú. ¡Cómo molesta este pelo!
Otra enorme avenida, mugrienta y abandonada ¿Y todos? ¡Ayuda! ¿Devorados? ¿Sola? Acelera, cuerda a los pies. Alo repugnante, hediondo por todas partes, lo está inundando todo, me inunda a ti, necesito aire, más aire.
Otro callejón, ¡adentro! ¡No hay salida! Alta verja. ¿Y tras ella? Acaba la ciudad. ¿Y él? Acaba de irrumpir. Trepo, escalo, subo. Sangran las yemas, pierdo los zapatos. La rebasas. Campo, confusión, escarpado. Cae la reja. Voracidad, rabia y emoción. Apresúrate Sophia. Nadie, nadie más. ¡Torpe! Tropiezo, caída de bruces, tierra en mi boca, entre dientes. Soy suya ¿Mirarle, verle, saberle? Giro la cabeza, pero comienza la invasión de una oscuridad infinita, abrumadora. Me absorbe.
Volver a gritar al despertar, sudada.
Sólo era la misma terrible pesadilla que no había podido olvidar.

Y vuelven a pasar días y noches, y una noche cualquiera lo vuelves a soñar. Y pasan semanas y meses, y algunas noches, cualesquiera, lo vuelves a soñar.

Una noche comienza de nuevo. Una más.
Otra vez la ciudad sucia y oscura, y no, no voy a poder parar de correr. Es igual Sophia, no corras, te caerás, te atrapará y despertarás.
Corro desesperadamente por que vuelve a perseguirme y me va a atrapar. Me va a atrapar corra o no corra. Es igual Sophia, no corras, te caerás, te atrapará y despertarás.
Ya sabes quien es, nadie, nada, todo, algo, el que siempre te atrapa.
Da igual si miro atrás, aunque no pierda ese segundo de ventaja que poseo, me caeré, me atrapará y despertaré. Sí, el terrible, temible, aterrador, espantoso e insaciable monstruo que ya has imaginado tantas otras noches. Lo sé, le siento, siento ese febril aliento que he creado en mi nuca, excitado ¿Quiere devorarme? Sí, invadirme es lo que quiere.
Ya no tiemblo, pero sigo corriendo. Sé que no voy a parar de hacerlo hasta que caiga, me atrape y me despierte. Pero hoy me permito el lujo de pensar, porque lo haga o no lo haga nunca cobra ventaja mientras pienso, nunca pierdo terreno.
Ahora llega la enorme y sucia avenida. Y mis pies no paran de correr porque va tras de mi, y estamos solos.
Sudo. Giro el callejón, No veo, pero da igual porque sé que está la alcantarilla desencajada, sé que la rebaso y sé que salgo a una nueva avenida. Vuelo. Seguimos estando solos, como lo estaremos siempre. El pelo hecho girones, sudado, enredado, sobre una sucia cara.
Y sé que tras ese callejón está la otra enorme avenida, mugrienta y abandonada Nadie me va a ayudar, puede que hayan sido devorados todos, yo soy la única. Acelero, aunque sólo sea por no sentir aún su alo repugnante y hediondo que todo lo inunda, aunque sólo sea para respirar. Correr para respirar aunque luego me vaya a caer, me vaya a atrapar y me vaya a despertar.
Penetrar el otro callejón aunque no le vaya a conseguir despistar. La salida es la verja donde acaba la ciudad. Y él acaba de irrumpir. Trepo, escalo, subo por ella. ¿Me sangran las yemas de los dedos? ¿He perdido ya los zapatos? El campo escarpado ya no parece tan confuso, conozco sus desniveles, sus agujeros. Ahora caerá la reja. Su voracidad, su rabia y su emoción de cazarme, porque también conoce el sueño y sabe que ya lo va a lograr. Me río, a carcajadas. S…sí…sí ya me vas a cazar, mis torpes pies desnudos ya van a tropezar…ya está ya caigo al suelo de bruces. Intenso sabor a tierra en la boca, entre los dientes. No puedo parar de reír, sí arrójate ya sobre mí, que ya soy tuya. No hace falta mirarte, ver como eres, ya sé quien eres: oscuridad infinita, que me abrumas y me absorbes, hazme ya despertar!


Ya no grito al despertar, estoy como siempre en mi cama, en mi casa, y mi sudor es de pura emoción.
Sólo ha sido mi terrible pesadilla que aún hoy no he logrado olvidar.
Y al día siguiente me levanto contenta, feliz. Ya puedo coger mi mochila y que mamá me lleve al colegio. Ya no volveré a soñarle nunca más, porque ya no le tengo miedo.
Aunque en el fondo algo me diga que es una lástima. He sabido llegar a quererle y disfrutar de que me atrape.
Todo aquel que luche contra monstruos, ha de procurar de que al hacerlo no se convierta en otro monstruo.

13 febrero 2007

NO IMPORTA SI EMPIEZA O ACABA

-¿Estás aquí?-te pregunta
-No, todavía no, ahora vuelvo- Sollozas ¿Dónde estás? Lloriqueando de placer, demasiado lejos todavía. Resistes unos segundos más en ese lugar que visitas cada vez que él te visita a ti.


Se acerca, te sonríe, te derrite, como siempre que se encuentra demasiado cerca de ti. Ahora puedes ver sus ojos, esta mañana no podías, tras sus gafas de sol.
-Te las arrancaría de cuajo- pensaste -No me deja ver esos ojos enormes de un color increíble, que cuando me miran me desnudan entera, por fuera, por dentro.-
No puedes parar de gemir, ¿Dónde vas? ¿Dónde estás? Donde siempre te lleva el placer, a algún otro lugar. Pero aún intentas que permanezca un residuo de tu conciencia, para sentirle a él, y seguir ofreciéndole placer y no marchar del todo hasta que notes que él se va. Y gime, y grita y se desespera. Ya no estás, ya no estáis. ¿Dónde estáis? Demasiado lejos ya.
Se acerca más. Su sonrisa ahora es implacable y te besa con esos labios pequeños pero carnosos que te encanta saborear y mordisquear, y te estremece el recordar que van a rozar todos los rincones de tu piel.
-No, no..apenas voy a poder aguantar- se lamenta. Pero ya está dentro de ti, ya se ha postrado encima de ti, y ya ha comenzado su vaivén, tu estremecimiento interno que le aprieta para sentirlo aún más clavado en ti. Ahora no le vas a dejar escapar. -No importa- Le consuelas entrecortadamente con dulzura- Luego repetimos- Se escapa tu risa, el placer es demasiado grande para pensar en volver a sentirlo, y sabes que va a ser así, por eso tu risa no se apaga dentro de ti. Ya no podéis parar, ya nada os detiene, tú no le vas a dejar escapar, él ya no puede hacerlo, está atrapado.
¿Verme más de veinte minutos hoy te ha puesto?- Le musitas. Te sonríe, la malicia morbosa impregna su faz. Descarada, golfa, perdida. ¿Desde cuando te has convertido en esto? No! Pregunta mal formulada, siempre lo has sido, pero ahora no sientes vergüenza en decir lo que piensas.
Y se incorpora, y acerca su rostro al tuyo, turbado ya tanto placer. Y te acaricia y sonríe con su sonrisa de goce, y se deleita revelándote al oído lo increíblemente húmeda que estás. Ha dado un paso en falso, le abrazas, le besas sin parar esa boca que sólo sabe a ti . No puedes parar, no puede parar. Y poco a poco le envuelves la cintura con tus piernas, con cuidado y le acercas. Bajas con una suave caricia tus piernas un poco más, y le ensalzas. Te ciñes a él y le empujas livianamente, pero sin tregua, hacia a ti, mientras posas una mano en sus nalgas para acompañar el movimiento.
Qué frías están sus manos, pero no te importa, te está abrazando bajo la ropa a la vez que apoya su cabeza sobre tu hombro, sobre tu pecho. Las calienta, mientras te acaricia la espalda, la barriga, caricias, dulces caricias. Tu estremecimiento.
No aguantas más, necesitas que irrumpa dentro de ti ya, porque sabes que ahí no sólo rozas, ahí te quedas y cada vez más te cuesta volver. Pero no quiere: -Aún no he acabado, aún no, aún no- No puede ser que te diga eso, de tu boca emana un si y su eco, y al instante se desprende un no y su replica. Y escuchas su murmullo:-No sabes cuanto me gusta, no lo sabes, no te lo puedes ni imaginar- y mascullas con una sensualidad involuntaria – no más, no más que a mi, no podría creerte- Y separa tu mano de él, y la posa con cuidado sobre tu pecho. Accedes, te dejas, te ha vencido.
Hoy no hay espera, hoy sois implacables. Es definitivo, veros más de veinte minutos ha sido insoportable, os ha quemado las ganas, os ha revuelto las entrañas. Os besáis, abrazados. Comienza tu danza, te contoneas, te rozas con él, te restriegas. Ya ha crecido, nada más verte.
Y ya sientes como introduce sus dedos y juega a su juego, de hacerte peder hasta que te siente volátil, etérea, ligera, y torturada. ¿Cuánto tiempo? El tiempo ha ganado su relatividad en este momento. ¿Cuántas veces te consigue hacer rozar el lugar a dónde te vas? ¿Tres, cuatro? Mientras no parar de acariciar su miembro, arriba, abajo, lo aprietas, lo sueltas. Jugar con cada rincón de su sexo sin parar, tan diferente al tuyo , pero también con sus secretos, y sus rincones.
Te sientas a horcajadas sobre él. Vestida aún. Le desnudas el torso, hay suficiente luz, quieres verle, mirarle, tocarle y lamerle, y le ves, le miras y le lames. Tu pecho ha caído desnudo sin piedad. Y lo besa, lo muerde, gimotea, lo acaricia con la lengua, ríe. Y te desprendes de toda tu ropa, molesta. Y te tumba y te abrumas. Te retuerces cuando lo ves arrodillarse entre tus piernas.
Te muerde los muslos, te abre las piernas y empieza a rugir al verte. Tu cabeza empieza a rodar. Ya no puedes mantener los ojos abiertos, ya has notado el contacto de su lengua en tus labios, ya en el clítoris.
Te observa y se exclama: -Y es todo para mí, todo para mí-
En un susurro no puedes musitarle nada más que la verdad: -Si todo, todo. Es todo tuyo-


TODO....TUYO

11 febrero 2007

VEINTE MINUTOS PARA RECORDAR LO OLVIDADO

Veinte minutos. A veces veinte minutos pueden saber a diferentes cosas. A veces pueden resultar un breve espacio de tiempo, otras una insoportable eternidad. En este momento son un suspiro de dulce sosiego. La imperiosa necesidad de la liberación que la soledad ofrece a los corazones atormentados. Y éste, ¿por qué se atormenta? Porque está dividido, entre lo que quieres y tienes y lo que deseas y amas sin ser tuyo. Respira el silencio, saboréalo, escúchalo y déjate tocar por él. Sabes que sólo son veinte minutos, pero serán suficientes.
Busca la excusa a tu pequeña huida, tu coartada. Papeles, algo trivial, algo superficial. Abre ese cajón, puedes encontrarla allí. No la encuentras. Puede que en otro la halles. Papeles, lo que buscabas, cuantos papeles guardas sin importancia alguna. Pero debajo de todos ellos encuentras algo ¿tu pretexto?
De repente entiendes lo que tienes entre las manos te das cuenta de que necesitas que parte de esos veinte minutos revisen esos recuerdos ahora olvidados. Estaban allí para que volvieran a ser encomendados a tu memoria.
Son tus propias palabras, escritas en un pasado no tan lejano.
¿De qué hablaste en ese momento?
De amor, de tesoros, de lo más grande que nunca hubieras conocido, de las piezas de un puzzle llamado amor, del querer a alguien por él mismo y por lo que te hacía sentir: tú misma, de tu autenticidad en aquel momento, de lo que no pudiste esconder, de lo que no pudiste callar, de las grandes sonrisas, del encanto, de los espejismos, de sueños, de las necesidades satisfechas, de la incerteza del corazón ajeno, de la felicidad de uno al lado de otro, del agradecimiento, de las cosas especiales, de los pensamientos leídos, del miedo. De palabras que ni añadían ni quitaban, que no cambiaban lo que sentías, lo que veías, porque eran los hechos y no aquellas palabras las que construían.
Tus lágrimas compiten por ser las primeras en atravesar tus pómulos y ser saboreadas por tus labios.
¿De que estás hablando ahora?
De las palabras de hoy que ni añaden ni quitan, que no cambian lo que sientes, lo que ves, porque son los hechos y no las palabras los que construyen. Palabras como miedo, pensamientos leídos, cosas especiales, agradecimiento, la felicidad de uno al lado de otro, incerteza del corazón ajeno, necesidades satisfechas, sueños, espejismos, encanto, grandes sonrisas, de que no puedes callar, no puedes esconder, autenticidad de este momento, de sentirte tú misma, de querer a alguien por él mismo, de piezas de un puzzle llamado amor, de lo más grande que nunca has conocido, tesoros, amor.
Mientras saboreas la amargura, ves caer al suelo tu coartada hecha añicos. En veinte minutos has recordado lo que tal vez nunca fue olvidado porque nunca quiso ser pensando. Nunca recordado.
QUE SIEMPRE HAS SIDO TÚ.
¿Qué siente ahora tu corazón sabedor de la verdad?
(...)
(...)
(...)
(...)
(...)




01 febrero 2007

ANIVERSARIO

Qué pretendes niña de piel al decirle a un amigo que conoces desde hace diez años que vuestro problema no es que no os entendáis, es que os entendéis demasiado....



Aquella Noche Vieja fue extraña, pero divertida. Como de costumbre se quedó sola, alguien ya le acercaría a casa. Conversaron ¿sobre que? No era importante recordarlo, había sido grato, como siempre, conversaciones plagadas de tiras y aflojas de una atracción caramelizada por el cariño de una larga amistad. Su sonrisa sí era importante, y sus pequeños ojos verdes clavados en los suyos, oscuros, enormes y caninos. Y su estoque y su enorme porte, entre lo sencillo y rudo, y lo sugerente de ese cuerpo escultural de mármol de Carrara. La fiesta se acabó, y la pareja de amigos de confianza debían hacerse cargo de devolverle a casa de una pieza. Con el frío de la madrugada golpeando en sus mejillas comenzaron a despedirse unos de los otros en el aparcamiento.
-Ven con nosotros, ya te acerco luego yo a casa- Pero sus ojos decían mucho, mucho más.
Los de ella no querían escuchar tanto, no en ese momento, y se hicieron los sordos.
Acabaron las despedidas, un hasta luego, un adiós, un hasta la semana que viene, un hasta no sé cuando.
-Quédate. Te acercamos nosotros- Sus ojos ya no decían, ahora clamaban. Los de ella respondieron con una sonrisa, una sonrisa de cariño y una de conciencia que insinúa el saber que no puede ser, que no debe ser.
Subía en el ascensor, mirando la cara del Año Nuevo que se avecinaba, cuando el zumbido de un sms agitó uno de sus bolsillos:
-Tú y yo no nos entendemos- No nos entendemos, no nos entendemos, no nos entendemos, no nos entendemos...¿Cómo se atrevía a decir que no se entendían? Sabía perfectamente que su problema no era que no se entendieran, era que se entendían demasiado. Y esta idea retumbó en sus sienes aquella noche durmiendo al lado de otro, siguió retumbando al día siguiente, retumbando la semana después, la siguiente, y una más.
Tuvo que pasar un mes, un mes de calendario solar. Era ya definitivo el hundimiento de su propio Titanic, el iceberg hacia demasiado tiempo que había golpeado sin piedad la cubierta de una relación tan maltrecha, era ya imposible salir a flote, ni recuperar nada de valor. La noche les volvió a encontrar. Una noche tal como hoy, de hace cuatro años. Estaban bailando y le propuso invitarla a un chupito. Bajaron entre el gentío hacia la barra. Abrirse paso era una auténtica odisea. Agarró con firmeza aquella fornida mano, para no perderle. Qué absurdo, era enorme, era imposible no visualizarle. Y fue allí, en una barra de una discoteca a la espera de que les sirvieran, donde le miró a los ojos y con un desparpajo inusitado en ella le mostró la realidad:
-Nuestro problema no es que no nos entendamos, es que nos entendemos demasiado -
-Qué quieres decir con ello, creo no entenderte -
-Pues está bastante claro, somos dos amigos que se atraen. Yo sé que a ti te atraigo, y tu a mi también-
Sus ojos eran pequeños, pero se abrieron como nunca antes los había visto. Pero de inmediato se suavizaron, una ternura infinita los invadió. Agachó su cabeza y sus enormes labios besaron los de ella, como nunca los había podido besar antes. Eran unos labios calidos, suaves y carnosos. Pero ella se aparté. No podía ser. Él lo sabía, ella lo sabía. Brindaron y se tomaron el chupito que había abierto la Caja de Pandora. Fue entonces cuando los sensuales labios de ella buscaron los de él, para depositar un beso pequeño, pero de algodón. La noche continuó como si aquello no hubiera sucedido nunca para nadie, pero sí para ellos dos. Se despidieron, se besaron como hacen dos amigos, pero su grave voz depositó un susurro en su oído:
-Te espero después, donde quieras, donde me digas -
-No, no puede ser así -

Era suyo, más de lo que nunca hubiera sospechado. Ella no lo sabía, pero para él por fin el amor de su vida había llamado a su puerta.